La Jirafa Dromedaria
Érase una vez una Jirafa Dromedaria que habitaba en la sabana africana. Esta curiosa jirafa vivía excluida de su manada porque era muy diferente.
Su lomo parecía más el de un camello o un dromedario, incluso un tobogán. No gozaba del cuello largo y rectilíneo del resto de las jirafas. Ninguna de sus parientes podía ver en ella el parentesco: no parecía una hermana ni una tía ni una prima lejana. Ni siquiera se veía como alguien con quien pudieran compartir el agua o las sabrosas acacias, pensaban las demás jirafas. Recelosas, observaban muy erguidas desde las alturas a aquel extraño animal jorobado.
La Jirafa Dromedaria, cansada de esconderse y correr siempre detrás de la manada, decidió vagar sola por la sabana en busca de más jirafas dromedarias; en busca de una auténtica familia que en algo se le pareciera.

Tras un tiempo buscando su nuevo hogar, la Jirafa Dromedaria creyó encontrar a un pariente al ver el pelaje de un leopardo que intentaba camuflarse entre el pastizal.
La insensata jirafa se acercó al fiero animal hasta que casi pudo tocar sus finos y largos bigotes. Pero, al verla de cerca, el leopardo creyó que la jirafa era un camello con sarampión y se quedó tan asustado que concedió a la jirafa el tiempo justo para escapar.
Cansada de trotar en su huída, la Jirafa Dromedaria creyó divisar a lo lejos un paraíso colosal de antílopes. Pudo olfatear las hojas y las vainas frescas que cubrían los terrenos de aquel esbelto y bello animal. Pensó haber llegado a su hogar.

Los antílopes dieron la bienvenida a aquella invitada curiosa y particular. Agasajaron a la jirafa con hierbas frescas de temporada y, al anochecer, la acomodaron en un humilde rincón fresco de pasto para que pudiera reposar. Al día siguiente, ya descansada, la Jirafa Dromedaria se divirtió de lo lindo con las pequeñas y juguetonas crías de antílope. Se deslizaban por su espalda jorobada como si recorrieran mil rampas y toboganes. ¡Cuánta gracia y cariño había en cada uno de sus gestos!
Qué extraño resultaba verla en medio de aquella tribu africana. Qué familia tan disparatada formaban. ¡Y qué felices eran los antílopes junto a su nueva amiga!
La Jirafa Dromedaria, por primera vez, formaba parte de un grupo, de una manada. Nunca más se tuvo que poner en marcha por la sabana para buscar una familia.
Por Almudena Orellana Palomares.
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